Tuve una mala noche, en definitiva, luego de escuchar tanta prosti y tanto arrecho conversar durante la madrugada del martes. No dormí absolutamente nada y Maribel se río de mí por haberme adueñado de la cama de la ventana. Nuestro primer día fue un encanto total, estoy aquí para contarles del martes, mi segundo día en la preciosa Ica.
Nos levantamos extremadamente temprano (ni para ir a trabajar me levanto a las 6) y nos vestimos para esperar la van que nos llevaría al tour por las islas ballestas. Mi primer error del día fue ir semi calata (short con panties y una chompita que abrigaba lo mismo que abriga una bolsa). Salimos del hotel y literalmente morí de frío. Como tenía la convicción de que el sol saldría en cualquier segundo me quedé como estaba y me aguanté como los machos.
En la van logré dormir lo que no había podido en la noche, el frío me congelaba hasta los huesos y unos amixers conversaban en el asiento trasero. De rato en rato sonaba una canción en mi cabeza, me desconectaba y me volvía a conectar. Fueron como treinta minutos de viaje que me parecieron horas de horas. Llegamos a paracas, bajé del carro y el frío se hizo más intenso. Nos tomamos un par de fotos, hicimos una cola que parecía que jamás iba a avanzar y conversé un poco de todo con Mari. Empezaba a salir el sol, mis esperanzas de tener un soleado martes crecían a medida que avanzábamos en la cola para subir a los botecitos. Pagamos siete soles, nos subimos a la espaciosa embarcación y, luego de que una señora se ponga a cantar "huacachina, huacachina, china cochina" en un intento de hacernos o reír o llorar, el conductor nos dio unas palabras y partimos. Cuando partimos fue como que todo el frío del mundo recorriera mi cuerpo y sólo pude refugiarme dentro de mi chaleco salvavidas. Maribel me dijo: "te dije que trajeras tu casaca" y yo hacía puchero por debajo del chaleco.
Muchos minutos después de partir, saqué la cabeza en un intento de valentía, pensando que un poco de viento helado no iba a malograrme el día. Apenas vi el mar, me cayó agua en la cara y, cual tortuga, me metí nuevamente en mi caparazón/chaleco. Tomé un poco del frugos que me había comprado y comí un pedazo de keke, moría de hambre, sueño y frío. Le tomé un par de fotos a Maribel, ella me tomó unas cuantas a mí y así, me la pasé escondida hasta que el bote se detuvo. Al volver a mirar, tenía lobos de mar, pingüinos y un cielo lleno de aves. El paisaje era precioso, ya me había olvidado de la belleza que había en ese lugar, ya que la primera vez que fui tenía dieciséis años y estaba en un paseo de colegio.
Tomamos las fotos que eran necesarias, vimos muchos más lobos marinos y el sol había salido de una manera salvaje, por fin tenía mi martes soleado. Estuvimos en ese lugar hermoso por muchos minutos más antes de que el conductor decidiera regresar a la costa. Volví a meterme a mi chaleco debido a los vientos helados y me puse a escuchar un poco de música con mis audífonos. El viento helado no me importó más y saqué la cabeza. Mi cabello al viento se despeinó más que en concierto de rock, las pestañas parecían que se me volaban, pero estaba feliz. El camino de regreso fue más corto de lo que pensé, el sol quemaba mi rostro y mis panties.
Al bajar del bote teníamos una soleada Paracas y mucha gente comiendo helados, disfrutando del sol en las bancas. El guía nos dio media hora para pasear y comprar algo por ahí. Los pelícanos probaban suerte cerca de las personas, esperando un poco de pescado fresco que algunos hombres les daban de un balde para que los turistas les tomen fotos. Mari y yo fuimos a la orilla del mar e intenté tomarle unas fotos saltando, lo cual fue un fracaso. Nos sentamos un rato a contemplar el movimiento, los negocios de souvenirs que estaban abriendo, los gringos caminando y tomándole foto hasta a las piedras, los niños correteando y los pelícanos locos por un poco de pescado. Estábamos en paz, ambas tranquilas. Recorrimos los puestos de souvenirs, compré unos llaveros bien bonitos, paseamos un poco más. Nos quedaban quince minutos antes de que el guía y la van nos abandonen, hasta que vimos una tienda rara, que no combinaba con las demás. Mari me dijo que habían cosas chéveres y fuimos. Nos enamoramos del lugar: era la tienda de un pata llamado Ozzy, que hacía todo tipo de trabajos artesanales (habían esqueletos de animales, sólo eso me traumó) y sin pensarlo le pregunté si hacía trenzas, me dijo que sí y le di diez minutos para que la haga.
Mientras yo recordaba mi adolescencia Fannista haciéndome una trenza con pitas de colores, Maribel recorría la tienda medio extrañada y Ozzy me hablaba de cómo había llegado ahí y que antes vivía en Lima. Mi trenza iba tomando su forma y sólo nos quedaban seis minutos para llegar al carro. Cuando terminó de tejerme la cabeza, me dijo: "Espera, falta algo, tu bautizo de niña con trenza", y yo le gritaba que se apure. Tomó el periódico que me había puesto en la cabeza, lo arrancó con fuerza y gritó: "¡bautizada!". Le pagué, le di un abrazo y le dije que nunca más lo vería en mi vida. Después de eso, salimos corriendo como un par de niñitas por la calle, como si nos estuviera dejando nuestro papá en un paseo. Fue gracioso imaginarme corriendo desesperada mientras todos nos miraban con curiosidad. Encima llegamos y tuvimos que esperar a que el chofer llegue; de haber sabido, nos quedábamos un poquito más.
Ya en el camino de regreso el calor se hacía más y más fuerte. Moría de sed pero estaba feliz jugando con mi trencita. Llegamos a Ica, regresamos a nuestro hospedaje en la calle de las putas, dejamos unas cosas y volvimos a salir para hacer el "city tour". Conocimos muchos lugares chéveres como cachiche, donde me tomé una foto con el sombrero de la bruja, y probamos un trago riquísimo que se llama "el orgasmo de la bruja", aunque no lo terminamos porque se nos subió de una manera bien achorada. Después de visitar también la palmera de las siete cabezas y escuchar la historia, nos fuimos a almorzar a la bodega El catador, donde probamos más de una versión de pisco (y más el orgasmo de la bruja, yo me sentíaebria feliz). Almorzamos algo suave, y partimos de nuevo a Huacachina, pero esta vez tuvimos una vista más bonita de ella, porque era de día y hacía mucho sol.
Nos dieron una hora para explorar el lugar y huevear de manera infinita. Maribel y yo habíamos terminado tan enamoradas de las dunas, que no lo dudamos y volvimos a trepar, esta vez sin tubulares y sin tablas, sólo con las ganas de volver a tocar el cielo y verlo todo más pequeño. Nos sentamos en un lugar más o menos alto, puse música. Estábamos sin zapatos y sin miedo. La cara de Maribel transmitía toda la paz del universo, me volví a revolcar en la arena y ella a tomarse fotos. Sabíamos que no podíamos estar ahí por mucho rato, pero fueron treinta minutos muy hermosos y relajantes. Sabíamos que teníamos que volver.
Cuando se acabó la magia, cuando pasó el tiempo y tuvimos que descender de las dunas para volver a casa cansadas y sin ganas de volver, me sentí un poco triste. Mari y yo coincidimos en lo mucho que nos gustaría tal vez dejarlo todo y empezar una nueva vida lejos de la lima y su ruido y sus cosas raras y malas. Pero, como no todo es perfecto, dejamos de soñar y compramos nuestro pasaje de regreso. Compramos un poco de pan, una botella de agua, otra de yogurt, llegamos al hospedaje, nos volvimos a bañar y a quitar la arena. Nuestros rostros cansados nunca tuvieron tanta alegría de por medio, la habíamos pasado demasiado genial, habían sido dos días hermosos que nunca olvidaremos.
Al menos yo, encontré la paz que buscaba y, al tener tanto tiempo para reflexionar, pude ver las cosas de una manera más clara y transparente. Me enamoré de Ica, me enamoré de sus dunas, su laguna, sus calles, de sus combis a las cuatro de la mañana, de sus colectivos gritando "¡SUBTANJALLA, SUBTANJALLA!", de su gente extremadamente chévere, del refresco de cocona en la esquina, de la gente que no descansa y que hicieron de mis dos madrugadas las más despiertas de toda mi vida. Espero que les haya gustado mi experiencia Iqueña, y si tienen casa o familia, pásenme la voz porque quiero volver :3.
¡Nos leemos pronto!
Nos levantamos extremadamente temprano (ni para ir a trabajar me levanto a las 6) y nos vestimos para esperar la van que nos llevaría al tour por las islas ballestas. Mi primer error del día fue ir semi calata (short con panties y una chompita que abrigaba lo mismo que abriga una bolsa). Salimos del hotel y literalmente morí de frío. Como tenía la convicción de que el sol saldría en cualquier segundo me quedé como estaba y me aguanté como los machos.
En la van logré dormir lo que no había podido en la noche, el frío me congelaba hasta los huesos y unos amixers conversaban en el asiento trasero. De rato en rato sonaba una canción en mi cabeza, me desconectaba y me volvía a conectar. Fueron como treinta minutos de viaje que me parecieron horas de horas. Llegamos a paracas, bajé del carro y el frío se hizo más intenso. Nos tomamos un par de fotos, hicimos una cola que parecía que jamás iba a avanzar y conversé un poco de todo con Mari. Empezaba a salir el sol, mis esperanzas de tener un soleado martes crecían a medida que avanzábamos en la cola para subir a los botecitos. Pagamos siete soles, nos subimos a la espaciosa embarcación y, luego de que una señora se ponga a cantar "huacachina, huacachina, china cochina" en un intento de hacernos o reír o llorar, el conductor nos dio unas palabras y partimos. Cuando partimos fue como que todo el frío del mundo recorriera mi cuerpo y sólo pude refugiarme dentro de mi chaleco salvavidas. Maribel me dijo: "te dije que trajeras tu casaca" y yo hacía puchero por debajo del chaleco.
Muchos minutos después de partir, saqué la cabeza en un intento de valentía, pensando que un poco de viento helado no iba a malograrme el día. Apenas vi el mar, me cayó agua en la cara y, cual tortuga, me metí nuevamente en mi caparazón/chaleco. Tomé un poco del frugos que me había comprado y comí un pedazo de keke, moría de hambre, sueño y frío. Le tomé un par de fotos a Maribel, ella me tomó unas cuantas a mí y así, me la pasé escondida hasta que el bote se detuvo. Al volver a mirar, tenía lobos de mar, pingüinos y un cielo lleno de aves. El paisaje era precioso, ya me había olvidado de la belleza que había en ese lugar, ya que la primera vez que fui tenía dieciséis años y estaba en un paseo de colegio.
Tomamos las fotos que eran necesarias, vimos muchos más lobos marinos y el sol había salido de una manera salvaje, por fin tenía mi martes soleado. Estuvimos en ese lugar hermoso por muchos minutos más antes de que el conductor decidiera regresar a la costa. Volví a meterme a mi chaleco debido a los vientos helados y me puse a escuchar un poco de música con mis audífonos. El viento helado no me importó más y saqué la cabeza. Mi cabello al viento se despeinó más que en concierto de rock, las pestañas parecían que se me volaban, pero estaba feliz. El camino de regreso fue más corto de lo que pensé, el sol quemaba mi rostro y mis panties.
Al bajar del bote teníamos una soleada Paracas y mucha gente comiendo helados, disfrutando del sol en las bancas. El guía nos dio media hora para pasear y comprar algo por ahí. Los pelícanos probaban suerte cerca de las personas, esperando un poco de pescado fresco que algunos hombres les daban de un balde para que los turistas les tomen fotos. Mari y yo fuimos a la orilla del mar e intenté tomarle unas fotos saltando, lo cual fue un fracaso. Nos sentamos un rato a contemplar el movimiento, los negocios de souvenirs que estaban abriendo, los gringos caminando y tomándole foto hasta a las piedras, los niños correteando y los pelícanos locos por un poco de pescado. Estábamos en paz, ambas tranquilas. Recorrimos los puestos de souvenirs, compré unos llaveros bien bonitos, paseamos un poco más. Nos quedaban quince minutos antes de que el guía y la van nos abandonen, hasta que vimos una tienda rara, que no combinaba con las demás. Mari me dijo que habían cosas chéveres y fuimos. Nos enamoramos del lugar: era la tienda de un pata llamado Ozzy, que hacía todo tipo de trabajos artesanales (habían esqueletos de animales, sólo eso me traumó) y sin pensarlo le pregunté si hacía trenzas, me dijo que sí y le di diez minutos para que la haga.
Mientras yo recordaba mi adolescencia Fannista haciéndome una trenza con pitas de colores, Maribel recorría la tienda medio extrañada y Ozzy me hablaba de cómo había llegado ahí y que antes vivía en Lima. Mi trenza iba tomando su forma y sólo nos quedaban seis minutos para llegar al carro. Cuando terminó de tejerme la cabeza, me dijo: "Espera, falta algo, tu bautizo de niña con trenza", y yo le gritaba que se apure. Tomó el periódico que me había puesto en la cabeza, lo arrancó con fuerza y gritó: "¡bautizada!". Le pagué, le di un abrazo y le dije que nunca más lo vería en mi vida. Después de eso, salimos corriendo como un par de niñitas por la calle, como si nos estuviera dejando nuestro papá en un paseo. Fue gracioso imaginarme corriendo desesperada mientras todos nos miraban con curiosidad. Encima llegamos y tuvimos que esperar a que el chofer llegue; de haber sabido, nos quedábamos un poquito más.
Ya en el camino de regreso el calor se hacía más y más fuerte. Moría de sed pero estaba feliz jugando con mi trencita. Llegamos a Ica, regresamos a nuestro hospedaje en la calle de las putas, dejamos unas cosas y volvimos a salir para hacer el "city tour". Conocimos muchos lugares chéveres como cachiche, donde me tomé una foto con el sombrero de la bruja, y probamos un trago riquísimo que se llama "el orgasmo de la bruja", aunque no lo terminamos porque se nos subió de una manera bien achorada. Después de visitar también la palmera de las siete cabezas y escuchar la historia, nos fuimos a almorzar a la bodega El catador, donde probamos más de una versión de pisco (y más el orgasmo de la bruja, yo me sentía
Nos dieron una hora para explorar el lugar y huevear de manera infinita. Maribel y yo habíamos terminado tan enamoradas de las dunas, que no lo dudamos y volvimos a trepar, esta vez sin tubulares y sin tablas, sólo con las ganas de volver a tocar el cielo y verlo todo más pequeño. Nos sentamos en un lugar más o menos alto, puse música. Estábamos sin zapatos y sin miedo. La cara de Maribel transmitía toda la paz del universo, me volví a revolcar en la arena y ella a tomarse fotos. Sabíamos que no podíamos estar ahí por mucho rato, pero fueron treinta minutos muy hermosos y relajantes. Sabíamos que teníamos que volver.
Cuando se acabó la magia, cuando pasó el tiempo y tuvimos que descender de las dunas para volver a casa cansadas y sin ganas de volver, me sentí un poco triste. Mari y yo coincidimos en lo mucho que nos gustaría tal vez dejarlo todo y empezar una nueva vida lejos de la lima y su ruido y sus cosas raras y malas. Pero, como no todo es perfecto, dejamos de soñar y compramos nuestro pasaje de regreso. Compramos un poco de pan, una botella de agua, otra de yogurt, llegamos al hospedaje, nos volvimos a bañar y a quitar la arena. Nuestros rostros cansados nunca tuvieron tanta alegría de por medio, la habíamos pasado demasiado genial, habían sido dos días hermosos que nunca olvidaremos.
Al menos yo, encontré la paz que buscaba y, al tener tanto tiempo para reflexionar, pude ver las cosas de una manera más clara y transparente. Me enamoré de Ica, me enamoré de sus dunas, su laguna, sus calles, de sus combis a las cuatro de la mañana, de sus colectivos gritando "¡SUBTANJALLA, SUBTANJALLA!", de su gente extremadamente chévere, del refresco de cocona en la esquina, de la gente que no descansa y que hicieron de mis dos madrugadas las más despiertas de toda mi vida. Espero que les haya gustado mi experiencia Iqueña, y si tienen casa o familia, pásenme la voz porque quiero volver :3.
¡Nos leemos pronto!
Ozzy trenzándome las mechas |