martes, 19 de marzo de 2013

La bolsa de basura

 Era domingo (5 de Julio del 2009 para ser más exactos) y yo caminaba por una avenida de San juan de Miraflores. El frío era espantoso y yo apresuraba el paso cuando, de pronto, vi esa bolsa de basura tirada en una esquina. Era de esas bolsas que no le importan a nadie; y no me hubiera importado si es que esta bolsa no se hubiera movido cuando yo me acerqué. Al principio pensé que eran solo intrusas cucarachitas que buscaban su festín entre los restos de la basura pero, al alejarme, escuché un debilucho maullido proveniente de esa misma bolsa. Sin pensarlo dos veces me acerqué, me arrodillé  y puse un dedo en el plástico y, como era de esperarse, una uñita se me incrustó inmediatamente. Me pareció haber visto un lindo gatito.

 Desgarré el polietileno barato y una cabecita de no más de diez centímetros de diámetro se asomó, y lo primero que hizo al ver mi cabello suelto fue ponerse a jugar con él, y conseguir arañarme la mitad de la cara. Estaba con todos los pelos erizados y las pupilas dilatadas, prácticamente muriendo de hambre, porque la delgadez de su cuerpito dejaba sus huesos a la vista. Me quité la chalina que traía y envolví al hambriento gatito, mientras el desgraciado no paraba de jugar "michi" con mi cara. Lo llevé a donde estaba yendo, lo alimenté, lo abrigué y seguí permitiendo que juegue conmigo y me di cuenta, al levantarlo para ver si tenía pulgas, de que se trataba de una linda gatita. La observé con detenimiento y me enamoré de ella al instante. Sus ojos eran verdes, su pelaje era marroncito con negro y un poco de rubio, atigrado. Estaba muy sucia, extremadamente sucia y yo me llené de ira por la injusta condición en que la había encontrado, pero tenía que pensar en cómo hacer para conservarla, porque en mi casa me iban a botar con todo y gata. No lo iban a permitir. 

 Compré en un mercado cercano una bolsa de alimento para gatito, pedí otra bolsa un poco más grande y ahí metí mi chalina y a mi nueva amiga, con su bolsa de comida al lado y me subí al carro que me llevaría a mi casa. En todo el camino se durmió, agotada, y yo le rascaba suavemente la pancita mientras más de uno me miraba enternecido y me pedía permiso para tocarla un poco. Ella ni se inmutaba, estaba durmiendo de lo más tranquila. Así estuve todo el camino.

 A medida que me acercaba a mi casa, mis nervios crecían porque no sabía cómo reaccionaría mi mamá, mi padrastro, mis hermanos. Ya estaba pensando en hacer un anuncio vía Facebook o Twitter o algo para darla en adopción, o dejarla en una veterinaria. Me puso triste pensar que nunca volvería a sentirme tan feliz después de haberla rescatado para darla en adopción, me parecía ridículo pero tenía que resignarme SI o SI, porque en el edificio lo menos que querían era una mascota. Llegué y ella de lo más tranquila sacó su cabecita por la bolsa, dándome un aspecto Paris Hilton con su perro en la cartera (ok, mi vecino me dijo eso y se burla de mí cada vez que lo recuerda). Subí las escaleras despacio con mi vecino al lado diciéndome "ya te cagaste, la van a mandar a chincha" y demás incoherencias que sólo incitaban en mí un deseo de asesinarlo y colgarlo de pelotas en un cable de alta tensión. 

 Abrí la puerta y estaba mi mamá. Vio a la gata y me dijo que salga y vuelva a entrar porque no podía creer lo que estaba viendo. Ok, cerré la puerta, volví a entrar y mi mamá me dijo "desapareces mañana ese gato". "Mañana" me pareció un tiempo prudente, porque ya eran como las nueve de la noche y hacerme "desaparecerlo ahora" se me iba a hacer imposible. Entré a mi cuarto y mi hermana también me botó. Salí a la sala y mi hermanito se sentó a mi lado a acariciar a la gata mientras sonreía, de lo más feliz y contento. Y ahí se me ocurrió la mejor idea de mis, en ese entonces, diecinueve años de existencia. 

 Al día siguiente era cumple de mi pequeño hermano, seis de Julio del 2009. Me levanté temprano, puse a la gata en una cajita de zapatos y le dije que no hiciera ruido, y ella me obedeció. Tapé la caja un poquito y entré al cuarto donde estaba mi hermanito, su papá y mi mamá. Grité ¡FELIZ CUMPLEAÑOS JORGITO! y abrí la caja. La gata sacó la cabecita, mi padrastro me miró como diciendo "tú estás bien huevona..." y mi mamá me abrió los ojos como diciendo "vete mierda o te saco la conchh...". Mi hermanito dio un gritito gay y se lanzó a la caja. Ambos padres se miraron y mi hermanito les jugó el sentimiento con su pregunta de "¿Puedo conservarlo? por fa, si si... ¿siiiii?". Sus caras eran de indecisión total, pues a él jamás le han negado nada en la vida (infeliz). Mi hermano agarró la caja, sacó a la flacucha gatita y se puso en modo veterinario, pidiendo (exigiendo) que le compren comida, que la bañen, que la cuiden. Papá y mamá me miraban, yo me encogí de hombros y me fui a trabajar, de lo más feliz.

 Desde ese día han pasado ya tres años y ocho meses, a la gatita decidí ponerle de nombre "bolsa" en honor a su lugar de "nacimiento" pues para mí ella nació ese 5 de Julio. A los seis meses decidí operarla para evitar que sus hijos pasen por lo que ella pasó (no es por nada mamá, pero creo que de haber tenido hijos mi gata tú los hubieras matado a todos) y mi hermano decidió "devolvérmela" cuando se enteró de que la comida de gato costaba más de lo que le daban de propina en un mes, así que yo la mantengo hasta el día de hoy (bueno, ahora mi mamá la ama y también colabora para las galletas de gato). Y ahora que en casa solo vivimos mi hermana, mi cuñado y yo, ya mi gorda no tiene el miedo que le tenía a mi padrastro, que aprovechaba cualquier momento para meterle terror, o para llamarla "la hija no deseada". Mis mañanas son insufribles gracias a sus pelos y a mi alergia crónica combinada con mi asma, pero no hay duda de que mi cachorro de lince me alegra la vida. Les dejo tres fotos que resumen estos tres años a su lado. 


*El día que la encontré, toda cochina y despeinada. Su cabeza era más grande que su cuerpo♥


*En drogas. El día que la operaron y le pusieron la anestesia. 


*Qué rápido crecen. Todos la confunden con una gata preñada o con un cachorro de lince.


domingo, 10 de marzo de 2013

Historias de guerra y de cómo te conocí


 "Era sábado, un sábado de Setiembre, era el día perfecto para morir y matarlos a todos en la guerra. Recuerdo que yo usaba todas las técnicas posibles por mantenerme fuerte en aquel campo de batalla donde la vida y la muerte eran más o menos la misma cosa. Algunos de mis camaradas habían sido derrotados y, en venganza, también nos llevamos la vida de varios de nuestros adversarios. Estábamos en ventaja, pues éramos más que ellos y teníamos todas las de ganar. Los chalecos rojos debían salir victoriosos de aquel combate.

 Luego de haber hecho hasta lo imposible por mantenerme con vida, junté todas las fuerzas que me quedaban y logré arrastrarme por unos cinco metros sobre el terreno arenoso. Subí sigilosa a una especie de base que me permitía tener una vista más panorámica del enemigo. Mi corazón latía a mil por hora y mi compañero Cornejo estaba tirado pecho a tierra, mirándome desde abajo, dándome coordenadas y pidiendo que dispare aquí o allá. Más allá, la camarada Ana Lucía hacía diversas piruetas para pasar de un lado al otro sin ser observada. Nos valíamos solo de nuestras balas y nuestra sed de gloria y victoria.

 Yo tenía mi objetivo en la mira, por un pequeño agujero hecho a propósito a un lado de la pared de la base. Giré un poco, vacilante, y levanté el arma un poco temblorosa por la adrenalina y el miedo que recorría mi ser y levanté la cabeza para ver bien a quién le daba. Me dispararon directo a la cabeza. Caí rendida al suelo de madera y derrotada me saqué el casco y lancé mi arma. Lloré del dolor y la impotencia y quise darme por vencida, pero el camarada Cornejo me dio palabras de aliento. Aún las recuerdo: "Lalo, no llores... párate, vamos Lalo, dispara... ¡DISPARAAAA!". Me volví a poner el casco aún con lágrimas en los ojos y un pulsante dolor en la cabeza, cogí mi arma y disparé, disparé y disparé. Creo que maté a dos. Mi sed de venganza se volvió incontrolable. Salté de la base y corrí a dispararle a uno de los enemigos combatientes, y lo matamos. Sus gritos de dolor solo nos daban placer y a pesar de ya haberle disparado bastante, no paramos hasta matarlo. El guerrero enemigo fue sacado del campo de batalla, nosotros ya estábamos cada vez más cerca de la victoria. 

 Una vez que acabamos con él, solo quedaba una persona en el campo enemigo. La camarada Josselyn protegía celosamente la bandera azul, esa bandera que, de ser nuestra, nos coronaría como victoriosos en la guerra y la misma que, a su vez, marcaría el tan ansiado regreso a casa. No reconocí a mis compañeros, todos estaban con cascos, solo sé que nos miramos todos y, al grito de "¡¡¡¡YAAAAAAAAAAA!!!!" corrimos y en cuestión de segundos teníamos al rival rodeado y suplicando piedad, aunque esta palabra era la última que recordábamos. La matamos en instantes. La bandera fue nuestra. Habíamos ganado la guerra..." 

...

 Salimos del campo de paintball todos hasta las huevas, demasiado cansados y sudando como cerdos. Pregunté quién carajos me había disparado en la cabeza, pero nadie dijo nada. Seguía con un dolor profundo en el cerebro pero con ganas de seguirla con mis brothers, así que caminamos por Chorrillos en busca de comida y terminamos regresando al centro y metiéndonos a un restaurante turístico llamado "los aires peruanos", donde comimos y nos tomamos una que otra cerveza. Había una orquesta y también nos lanzamos a la pista de baile a hacer el ridículo al ritmo de las cumbias del momento.

 La pasamos muy chévere, pero era hora de irnos y todos estaban cansados (sobretodo los que habían recibido más balas), así que nos fuimos a la empresa donde trabajamos, porque algunos querían entrar al baño y ponerse más o menos decentes, y a la salida todos se fueron despidiendo. Gracias a la vida que se quedó él, y, a pesar de que todavía no lo conocía, yo quería ir a tomar a algún bar del tan agradable centro de lima. Le dije que, ya que éramos los únicos sobrevivientes, vayamos por ahí a tomar algo y él aceptó. Nos subimos al legendario bar Planeta, conversamos, conversamos y conversamos. Al día siguiente estaba en San Borja, visitándolo para seguir conversando, conversando y conversando. Hace pocos meses supe que había sido él quien me había baleado el cerebro. 


No se atrevan a decir que somos de combate