lunes, 30 de septiembre de 2013

La Realidad y los Medios de Comunicación en el Perú


 El Jueves pasado entrevisté al periodista Juan Álvarez Morales, actual editor de política del diario La República, ex alumno y ahora profesor de periodismo de la universidad Bausate y Meza. Tenía un trabajo para el curso de Realidad Nacional y tuve que mandarme para allá con mi pinky friend Renzo. Conversamos sobre los diferentes temas de nuestra Realidad Nacional y los Medios de Comunicación y éstas fueron sus respuestas.

Entrevista realizada en un salón de la Universidad Jaime Bausate y Meza.

 Cuéntenos un poco acerca de usted, de sus inicios, de su profesión. ¿Cómo fue que llegó al diario La República?

 Soy licenciado en periodismo por esta misma universidad, cuando era sólo escuela e inicialmente eran sólo cuatro años. Luego obtuve el título. Cuento esto porque para mí, Bausate marca todo lo que es mi trayectoria como periodista. En ésta universidad llegué buscando el periodismo en su máxima expresión; más allá de las Ciencias de la Comunicación que abarcaban otras cosas. Aquí se me inculcó siempre algo que yo también consideraba: que mi profesión era un servicio. Tal es así, que los primeros años lo que hice fue Comunicación Alternativa. Ahora ya no se habla mucho de eso, pero en esa época era ir a los barrios, a los pueblos jóvenes a darles herramientas de comunicación; enseñarles a hacer periódicos murales, a hacer radios con parlantes, distribuyendo casetes, etc. Eso indica que eran años complicados: los años ochentas, cuando ese mismo afán lo tenían en Sendero Luminoso. Afortunadamente, teníamos cierto apoyo de grupos eclesiales y lográbamos que el asunto no llegara a nada, pero a esa actividad dediqué mis primeros años; es una actividad que yo considero el Servicio Civil Obligatorio que debería hacer todo periodista, pero que lamentablemente como digo, todo tiempo de servicio civil te deja desprotegido.

      Hubo un momento a los veintiocho años que me di cuenta de que tenía esa edad y no tenía un seguro, no tenía un trabajo estable, no tenía nada de las otras cosas que te permiten “vivir como vive el resto de la sociedad”. Es entonces donde decido entrar a los medios comerciales que eran los que, desde la posición alternativa, tú combatías, pero claro, teniendo una visión mucho más precisa acerca de lo que se debía hacer ahí. Bien, no podías combatir a los medios por fuera, pero sí entrar a uno a tratar de cambiar un poco las cosas. Del 92 al 98 estuve en la revista “Teleguía”, una revista de espectáculos, en donde me encargué de darle el toque serio. Un año en el diario “El Sol” hasta que cerró en el 2000. Ese año para mí fue una experiencia muy valiosa, aunque en ese entonces, para mucha gente, era loca: el hacer periodismo en internet. Nadie lo entendía, era muy compleja, pero ahí se inició “decajón.com”, una página web peruana, que desarrollaba temas periodísticos en internet, donde incluso me permitieron tener lo que ahora te hace falta, como a muchos periodistas que no tienen acceso a los medios tradicionales.


      Entonces usted en todos estos años de trayectoria que tiene, habrá visto de alguna manera cómo han cambiado los roles de los medios de comunicación con la globalización…

      Es curioso. La comunicación ha cambiado; la forma de hacer comunicación ha cambiado; pero, para muchos medios, para muchos periodistas, no. Justamente aquellos que no se dan cuenta que ha cambiado, son los que ahora están teniendo crisis de identidad. Las empresas, crisis de identidad que devienen en crisis económicas; y las personas, crisis de identidad que también devienen en crisis económicas, porque van quedando desplazados del mercado que avanza en una dirección contraria. 

       Yo creo haber tenido suerte de haberme dado cuenta a tiempo de los cambios porque empecé a enseñar periodismo. Cuando tú enseñas periodismo, logras hacer lo que siempre debes hacer pero no haces cuando eres periodista, que es seguir preparándote. Lo que pasa comúnmente con los periodistas es que una vez que ya logran un lugar en un medio se especializan en eso y son geniales y expertos en lo que hacen, pero pierden un poco la versatilidad que ganas o que no deberías haber perdido, eso de hacer varias cosas bien, no sólo una, pero sobretodo pierdes la tendencia a actualizarte. ¿Qué es lo que es, de un tiempo a esta parte, fundamentalmente desde el noventa para acá? Es obligatorio. O te actualizas o mueres, porque el mercado se actualiza, el mercado vive un ritmo diferente. Entonces, enseñar a partir del 2007, a mí me ha permitido darme cuenta de eso, y lidiar con periodistas que no cambian y con medios que no cambian. Afortunadamente en La República han entendido muchas cosas y se está avanzando de a pocos. Desde mi punto de vista todavía no lo que se debería, pero creo que sigue un ritmo que permite sobrevivir, por eso es que el diario sigue en vigencia.

     Esto de la convergencia, que es juntamente hacer que se fusione el trabajo del medio tradicional con el periodismo digital, es algo que todavía va a tomar tiempo, casi ningún medio lo ha conseguido. El único medio que se apreciaba era “El País”, y este año ha tenido que despedir a un montón de personas, de una manera alucinante, pero sobretodo ha tenido uno de los errores mayores de la historia del periodismo, como es la publicación de la foto de un supuesto Chávez enfermo cuando no lo era. Si se trata de hacer periodismo moderno haciendo eso, prefiero quedarme con el antiguo. Ahí yo valoro dos cosas. Yo no soy de los que dicen: “Ah, tú eres de los periodistas que no entra a internet, quedas desechado”. No. Tienes una experiencia que el periodista joven, que entra a internet, debe tener. La convergencia, más que en cuestión de equipamiento, está en equipos, desde mi punto de vista. No despedir a los antiguos, sino, redireccionar su labor. No ensalzar a los nuevos, sino, redireccionar su labor. Integrar. La convergencia como integración e interacción de lo viejo con lo nuevo, creo que es la mejor manera de entender esta etapa de transición que estamos viviendo.


      ¿Considera usted que existe Responsabilidad Social de los Medios de Comunicación en el Perú

      Todo periodista, todo medio cuando decide serlo, debe ser consciente de lo que es una responsabilidad social. Cuando yo estudié, tenía tan claro eso, que me dediqué a hacer servicio social durante todos esos años. En teoría deberían serlo; en la práctica no se da. Lo ideal sería que el periodista o el medio entiendan que la responsabilidad social también te hace crecer, pero resulta un ejercicio que demanda más ingenio, creatividad y riesgo del que los periodistas y los medios están dispuestos a correr. Ojalá los que vienen egresando entiendan que ésta es una forma interesante de hacer periodismo diferente, periodismo con responsabilidad social, que permita que todos podamos comprenderlo.


    ¿Cree que la prensa, los medios de comunicación, se han convertido en el cuarto poder del Estado?

       Cuando tú revisas la historia del periodismo, revisas la conceptualización del periodismo, vas a encontrar que esa definición es válida bajo ciertas condiciones. La condición principal de hecho se da cuando logra influenciar en la toma de decisiones. El problema es que, lo que logras influenciar pero ¿para beneficiar a quién?  Eso es determinado como cuarto poder del estado. Aún ahora, desde el presidente anterior hasta éste, aunque éste no lo dice, la oposición ya no está en los demás partidos políticos, ¿Dónde está la oposición? ¡Está en la prensa! Alan García lo decía abiertamente; y éste, como te digo, no lo dice pero lo piensa. Por eso el afán de controlar qué es lo que se dice, pues de cierto modo la prensa va logrando cuando quiere, para los intereses que defiende, imponer cosas.

       En estos tiempos, lo que empieza a vivirse también es un debilitamiento de ese poder, pero porque cierto sector de la población ha tomado las riendas que antes sólo los medios controlaban, a través de las redes sociales. Una persona con un Smartphone ahora puede comunicar y opinar lo que considere conveniente. Puede estar donde el medio no está e incluso llegar antes. Puede informar no mejor, pero si más rápido. Pero un poder mayor está cuando empieza a decir lo que la prensa no quiere decir, porque afecta a los intereses o porque no la ve por este desfase que hay en su sintonía. Casos concretos: el famoso caso de la repartija en el congreso. El congreso dio marcha atrás, es verdad, ¿por la prensa? Por la prensa directamente no; por cómo la prensa reacciona después de que reacciona la gente, porque sí es verdad algo, las redes sociales están poniendo temas en la agenda, pero no es sino hasta cuando los medios lo toman que ese reclamo, esa demanda, toma una mayor envergadura y debe generar un cambio. Todavía hay una simbiosis ahí no muy clara, pero lo que sí te puedo decir es que ese poder de la prensa ya no es sólo de ella, ahora lo está compartiendo con la gente. Lo importante del asunto es que la prensa debe darse cuenta de que estar en sintonía con la gente puede hacer que sobreviva y pase esta etapa de trance. Si sigue en su afán de encerrarse como autista, escuchando sólo sus propios intereses, yendo al margen de esta población que se expresa a través de las redes sociales, va a acelerar su declive.


      Con respecto a la actual Ley de Radio y Televisión, ¿Usted cree que ésta ley se ajusta a nuestra realidad?

        No hay una sola ley que se ajuste a la realidad porque la realidad ha cambiado. Yo creo que una ley debe cambiarse, porque está hecha en un contexto, el cual ahora ya no existe. En el caso de la Ley de Radio y Televisión, hablan de que no debería haber una concentración de medios; están en contra del monopolio. Ninguna practica el monopolio pero hay una forma diferente de practicarlo. Tú tienes un grupo como ATV, con sus distintos canales, pero ¿de dónde salió con tantos canales? Claro, es todo un proceso legal sobre todo que viene desde el fujimorismo, pero en la práctica es un solo grupo manejando cuatro medios de comunicación. El Comercio, con la compra que acaba de hacer de Epensa, va a manejar el 78% del mercado, que no digo del contenido, que al final es el mismo, pero sí del mercado publicitario. Entonces, en una época de crisis de la industria porque los periódicos no venden y tal vez la publicidad sea aquello a lo que se aferren, con un solo grupo va a ser más atractivo porque tienen más ventanas que ofrecer al cliente, entonces, ¿de qué ley estamos hablando.

      Por otro lado, los abusos que permanentemente hacen los propios medios por no querer autorregularse, también demuestran que cualquier regulación que viene del estado o que se pretendió hacer, tampoco funciona. Estamos en un panorama en el que toda ley debería actualizarse, incluida ésta, o empezando por ésta.   

    ¿Usted considera que algún medio de comunicación no educa, no orienta adecuadamente a la población?

       No se puede decir que algunos se libran. En el afán de vender, en el afán de sobrevivir, hacen concesiones, unos más, unos menos, pero todos terminan haciendo concesiones. Estamos en medio de una crisis, económica y de contenidos y que se agrava porque hay déficit de audiencia. La audiencia no reclama cosas que valgan la pena. Es cierto, hay un sector que sí, pero sigue siendo el sector complementario. Es verdad que si los medios dieran más productos para ese sector minoritario tal vez crezca, es un riesgo que no quieren correr. En ese afán, a menudo, cometen excesos la mayoría de las veces, o lo último que les preocupa es el contenido. Eso lo puedes ver claramente en cómo se están manifestando productos que responden a la espectacularizacion de la noticia. Adiós la reflexión acerca de la información, sus causas y sus consecuencias. Dale más a aquello que consume la gente, que en la mayoría de los casos consume prensa popular, que no está mal, pero que debería ser complementado con otros tipos. Tienes información de entretenimiento, pero también tienes información económica, tienes información política, información cultural. Todo lo demás prácticamente está siendo anulado o espectacularizado. Casi ningún medio se libra de eso. En La República hemos descubierto que, afortunadamente, no es verdad eso de que la gente no lee. Tal vez la gente no lea como antes, pero hay gente que todavía sí. Por eso el periódico no ha muerto, no ha desaparecido a pesar de tener tres páginas de opinión al día, y dar notas amplias. Supuestamente hace tres años ningún medio lo hacía, pero hay un sector que lee. Sin embargo, es verdad, éste es cada vez minoritario. Desde el periodismo yo creo que debe hacerse una apuesta a rescatar y hacer crecer eso, en lugar de rendirse. Ojalá que más empresas asuman ese esfuerzo. 

lunes, 16 de septiembre de 2013

A 18 años de Gokú

 Hace dieciocho años que conozco a Gokú. En esas épocas vivía por la colonial e iba al nido, en el 95 y con 5 añitos de vida. Recuerdo vagamente que tenía una tele chiquita en el cuarto y que siempre me sentaba a jugar con mis muñecas, mientras mi padrastro veía Star Trek y me jodía haciéndome el saludo vulcano. Como por esos años era traviesa y jodida, un día me puse a apretar todos los botones, cambiando de canal y pasando por los distintos programas de la época hasta que lo vi: un personaje pequeñito, con peinado raro y un niño pelado con unos puntos en la frente. Seguro en ese momento por mi mente pasó un "Qué sedá eto... a ved" y lo siguiente que recuerdo es a mi padrastro cargándome y llevándome a la cocina mientras yo lloraba con todas mis fuerzas y gritaba "¡QUIERO VER MAAAAAAAAAS!" porque Dragon Ball acabó y empezó a dar otra cosa. 

 Dieciocho años han pasado desde ese día, como olvidar el año, si fue el único que viví en esa casa. Luego me mudé a Lince, ya para los seis años, casi siete. En el colegio donde empecé la primaria (no el Fanning, uno mixto) todos los niñitos tenían o la lonchera o la mochilita de Dragon Ball. Obviamente yo no tenía porque era mujer y nica mi mamá me iba a comprar algo así (es como si a tu hijo le compraras la mochila de las chicas superpoderosas o My Little Pony...) así que me las tenía que aguantar. De vez en cuando jugaba con los niños del salón que llevaban sus figuras de acción de Gokú y amigos, pero tuvieron que pasar casi quince años para poder comprarme un muñequito por mi cuenta, y por fin jugar como retrasada en el piso de mi cuarto.

 En Lince vivía con los tres hijos de mi padrastro, algo así como mis "hermanastros" pero en realidad era gente con la que no tenía ni siquiera un vínculo de amistad. Ellos tres y yo éramos contemporáneos, pero cómo nos odiábamos, casi a muerte. Yo tenía siete; uno, cinco; el otro, ocho y la otra once. Me daba risa porque a los niños les habían comprado los muñequitos de Vegeta, Gokú y su mancha, y me sacaban cachita cada vez que podían, porque no me dejaban jugar y yo por más que lloraba, no conseguía que me compren un juguete tan "varonil", así que un día lluvioso del 97, cuando ellos salieron con su mamá, cogí a Gokú, le pedí perdón (literalmente, le dije "perdóname Gokú por lo que te voy a hacer") y le arranqué la cabeza. Al llegar los niños quisieron jugar, me sacaron la lengua, buscaron a su Gokú y ¡oh, sorpresa! Lloraron todo el día y yo los observaba desde el rincón oscuro, acariciando el pelo de mi barbie. Sí, medio creepy la escena.

 Ya en el 98 por ahí, empezaron a transmitir Dragon Ball Z y yo no me perdía ningún capítulo. Lloré bastante cuando Spopovich le dio de alma a Videl; es más, me enteré que censuraron ese capítulo en España. Los critters siguieron jugando por mucho tiempo más a hacerse los sayayines, yo seguí mucho tiempo más soñando con el día en el que mi mamá me regale un muñeco de Gokú y poder así jugar por mi cuenta. Vi la saga de Cell y en el colegio me dedicaba a absorberles el cerebro a mis amigas, y las que no me entendían me miraban con cara de WTF. Creo que desde ahí empezaron a verme como un bicho raro, y nadie se quiso jamás juntar conmigo.

 Habían días en los que llegábamos del colegio toditos en mancha, prendíamos la tele y yo era capaz de pasar horas de horas sin hablar con los tres critters que me habían tocado de familia, sólo con la mirada prendida en el televisor. A veces terminaba el capítulo y entre ellos se ponían a jugar, escenificando lo que acabábamos de ver y yo sólo me iba a buscar a mi amiga del edificio, le quería contar mi experiencia DragonBallesca y jugar con ella, pero me choteaba y sacaba sus barbies. Me hubiera gustado tener con quién jugar a las peleitas, con quién jugar a hacer la fusión y a quién lanzarle un kame hame ha. Hubiera sido bacán.

 Ya para cuando yo tenía diez años, empezaron a pasar Dragon Ball GT, pero ya para eso no andaba muy pegada, porque al no tener con quién compartir mi amor por la serie, me alejé un poco. Me volví más sensible con las peleas y la sangre, mi mamá me empezó a prohibir que mire eso porque era "muy violento" y mi hermana me dijo que era satánico (en esa época surgió todo un alboroto con la gente religiosa y nosotros los niños que poco o nada teníamos que ver con su cerradera de mente) así que me perdí en los recuerdos de los primeros años de la infancia y continué mi vida, como la niña solitaria que siempre fui, esa que en el fondo anhelaba tener una esfera del dragón y unirse a los juegos de los niños. De esa parte de Dragon Ball no me acuerdo mucho.

 Y así, dieciocho años después de aquella primera vez viendo Dragon Ball, aún recuerdo cómo fue. Parte importante y decisiva de mi infancia la marcó esa serie que algunos como yo aman y otros odian. Aún me emociono cuando veo algo relacionado a Gokú y compañía, aún tengo mi póster pegado en la ventana y aún me hago la pichi mirando mi entrada para el estreno de la batalla de los dioses. Este miércoles 25 salgo de clase a las once y la pico al cine.

PD: Hay un amigo de hace muchos años que me llama PUAR. Sí, como el gatito azul. Nunca supe por qué, pero siempre me gustó ese apodo.




miércoles, 4 de septiembre de 2013

"Por favor, guarde silencio"

 "¿Cómo llegué hasta aquí? ya ni me acuerdo, hijita. Pero ¿sabes qué? pienso que tal vez quien me trajo, olvidó quién yo era; o de repente, simplemente decidió olvidarme. Pero yo no me olvido de su cara, si es igualitito a mí, mi hijo Josué. Tenía que hacer su vida pues mamita, no podía interponerme. Así hay hijos, que no se acuerdan quién los trajo al mundo. Hay muchos como yo aquí, al menos me siento en casa, acompañado, ¿me entiendes?. De vez en cuando vienen chicos de tu edad, nos traen cositas, nos abrazan y besan como si fuéramos sus abuelitos. Eso me hace sentir bien, no me puedo quejar, tengo con quién conversar, a quién contarle cómo me siento... Gracias mamita, tráeme otro pancito, que ya me dio hambre". 

 Yo no caí en este lugar de casualidad, pero tampoco vine por voluntad propia. Lo que más rabia me da es haber tenido que conocer este asilo por un trabajo del instituto y no por mí misma. El domingo fue un día bastante hermoso para mí, tal vez no del modo que le gustaría a la mayoría, pero lo fue de cierto modo. Mis compañeros de Isil y yo, visitamos un asilo en La Victoria como parte de un trabajo de redacción en el curso de Realidad Nacional. Un pasadizo largo, una puerta de madera y el cartel de "por favor, guarde silencio" nos daban la bienvenida mientras, de fondo, solo se oía el ruido de las aves y las risas de unos niños. Desde la cocina de la casa hogar madre Teresa de Calcuta, mientras lavaba los platos en donde habían comido los pequeños, llegó la inspiración para esta entrada que, días más tarde, se convertiría en una crónica para el blog de mi facultad. 

 Me encontré con los chicos de mi grupo en Javier Prado con Aviación, llegué tarde para variar -aunque jamás por mi culpa, el tráfico siempre me toca insoportable-. Como no sabíamos ni dónde estábamos parados, y por el miedo de tomar un bus y bajar en la parada, tomamos un taxi. Nos acomodamos como pudimos y empezamos la travesía. Es increíble cómo la avenida Aviación va tomando una apariencia distinta a medida que recorremos sus cuadras, es increíble y da un poco de miedo. 

 Una vez ahí, entré en pánico. La casa parecía abandonada, las paredes amarillas y los muros grandes daban un aspecto tenebroso e irreal. Bill tocaba la puerta y nadie abría, lo que alimentaba mi pánico y mis ganas de salir de la parada a como dé lugar. Tuvo que tocar muchas veces y tuve que asustarme muchas veces más para por fin recibir respuesta. Cuando por fin ingresamos, fue como entrar a otra dimensión: el pasadizo era extenso, los muros eran altos, el jardín era grande y los ancianos descansaban en las bancas a la luz del día, tal vez esperando la hora del almuerzo, tal vez esperando solo una visita.

 El hogar Madre Teresa de Calcula es un albergue que fue creado en 1973, con la finalidad de amparar a niños y ancianos con discapacidad física y mental. Hay aproximadamente 40 niños y alrededor de 100 adultos mayores viviendo ahí. Como pudimos ver y averiguar, este lugar es dirigido por hermanas de la caridad, aunque también hay terapeutas y voluntarios trabajando, voluntarios que domingo a domingo van desinteresadamente a dar una mano con labores como las que mis compañeros y yo realizamos. Entrar no es muy difícil, básicamente puedes entregar un vívere e ir en los horarios establecidos a ofrecer tu ayuda.

 Entregamos los víveres que los chicos habían comprado, pudimos ver un poco más de cerca el lugar y las condiciones en las que se encontraba. No pude evitar preguntarme cómo es que habían venido a parar ahí algunas de las personas que vi. No pude evitar sentirme estúpida, creyendo que mis problemas son grandes y que muchas en mi vida tienen solución, ahora veo que son tonterías. Pudimos conversar con una de las hermanas misioneras que ahí viven, pedirle un poco de información para la crónica y nos recomendaron subir al segundo piso y hacer un poco de voluntariado, ya que ahí, lo que más falta, son manos. Esta vez tocamos un portón, era como la entrada a un colegio. Esperamos un poco y se abrió la negra puerta de fierro: más puertas de madera, olor a comida recién preparada y niños en los pasadizos, en sus sillas de ruedas, tranquilos. Aquí viene la parte triste, porque no pensé terminar llorando en un rincón, negándome a entrar al cuarto de los niños. Una hermana encargada de la cocina me dejó lavando los platos mientras mis compañeros hacían la otra labor. Hice todo lo mejor que pude, lavé los platos con amor, con respeto. Limpié la cocina y entablé una pequeña conversación con un chico que me ayudaba a secar y guardar.

 Terminé de lavar, un poco cansada y con las manos duras, estas estúpidas manos que no están acostumbradas a lavar. Salí a ver a los niños, ya un poco más calmada, encontré a mis compañeros del otro grupo (el salón se dividió en dos grupos y los dos fuimos al mismo lugar, coincidencias de la vida) y me reuní con el mío. Era increíble cómo esos niños sacaban alegría y entusiasmo en cada uno de sus movimientos, te regalaban abrazos, te regalaban sonrisas. Paseé a uno de ellos por el pasadizo, volví y cargué a otro que estaba pidiendo que lo carguen y reí mucho con ellos. Fue algo precioso poder compartir un momento de alegría con esos niños y con los chicos del salón. Fue mágico.

 Bajamos al primer piso, esta vez a ayudar en el área destinada para los ancianos. Confieso que aquí me sentí mucho mejor anímicamente. Un señor servía la comida y yo la llevaba en una bandeja a repartirla entre los hombres que esperaban sentados. Un compañero del otro grupo me ayudó y terminamos en un 2x3. Mientras tanto, algunos compañeros conversaban con otro voluntario más asiduo que explicaba ciertos procedimientos y actividades que se realizaban en el albergue. Algunos lavaban los platos, otros ayudaban a los abuelos a comer y yo me senté a charlar un momento con uno de ellos. Nunca supe el nombre de este señor, pero abrazarlo fue como abrazar a un abuelito, a un familiar. Al abuelito que no tengo. Me sentí parte de su vida y culpable en cierto modo de su historia. Luego, hablé con otro que era un gracioso, me hacía reír con todo lo que me decía, lo que me hizo pensar que no todos están tristes, algunos se sienten de cierta forma bendecidos por estar ahí, imagínense.

 Terminaron de comer, levantamos los platos y los ancianos se fueron desplazando lentamente hacia sus habitaciones. Uno a uno se perdía detrás de esas puertas de madera, que se cerraban a medida que entraba el último de sus huéspedes. El comedor quedó vacío, empezó la limpieza del mismo y otra vez a hacer todo con amor y respeto, con el corazón. Algunos lavaron los últimos platos; otros, sacaban la última información para esta tarea y yo levantaba las sillas para que una chica barriera. Salimos agradecimos, nos despedimos y otra vez en la parada, en la calle. Nos dio miedo tomar carro, así que tomamos un taxi. Nos acomodamos como pudimos y empezamos la travesía... es increíble cómo la avenida Aviación va tomando una apariencia distinta a medida que recorremos sus cuadras, es increíble... pero siento que ya no hay nada que me pueda dar miedo.