viernes, 26 de abril de 2013

La actuación

 En el 2008, cuando era profesora de Inglés en un colegio de Surco, me encargaron una tarea muy especial para el día de la madre. La directora, alegando que yo era la más joven del equipo, me pidió lo que consistía, más o menos, en enseñarle a todos los salones de todos los grados una coreografía para la actuación.

 A mis 17 años, como es lógico, me sabía todos los éxitos radiales del momento. Para los niños de inicial elegir la canción fue bastante sencillo: los de tres añitos bailarían "el pollito Lito"; Los de cuatro, negroide y los de cinco ya tenían conocimientos básicos de democracia y me tiraron un pedazo de limpiatipo cuando quise imponerles "Saya negra". Terminaron votando por HI5 -Toditos a estas alturas seguro son Believers-. Hasta ahí, todo sencillo.

 Con primaria tenía un reto aparte, porque esos pequeños Damianes ya sabían de perreo a poca luz y sentir la química. Pero hubo un grado en especial en el que me gustaría enfocarme y es el segundo. Después de haber elegido canciones para todos los demás grados, pensé en los niños de siete años. La primera canción que pasó por mi mente fue una "bien bonita" que había escuchado en la entonces no tan bagre ONDA CERO. Fui al mercado de surco, compré uno de esos famosos "MIX CALIENTE 2089 - LAS MÁS MÁS DEL VERANO - TU MIX TONERAS 2096" -Esos donde nunca falta la calata en la portada- y ahí estaba esta canción. Pedí prestado el radio y encerré a los niños en el salón para el respectivo ensayo. Empezamos con la coreografía, ellos me seguían en cada paso e íbamos practicándolo cada vez que uno de ellos fallaba. Iba a ser LA actuación; estos niños eran los más entusiastas del colegio entero y las expectativas por parte de la directora y las demás profesoras eran máximas. Pero lo que pasó fue una desgracia, un horrible error mío, producto de mi inocencia adolescente.

 Los días pasaron, habíamos suspendido clases los últimos cuatro viernes anteriores al gran día para poder ensayar con toda la comodidad necesaria. Yo terminaba muerta, mi rutina esos cuatro viernes fue una desgracia, pero estaba contenta con los resultados. Todos los salones tenían su coreografía armada y los nervios aumentaban conforme pasaban las horas.

 Llegado el gran día, todos los niños estaban vestidos, todas las mamás y algunos papás estaban ubicados, las mesas servidas y las profesoras mordiéndose las uñas. Empezamos con los más pequeñitos y sus disfraces de pollitos, luego unas chenchualonas niñitas de cuatro añitos con sus falditas moviéndose al ritmo de negroide. Después, mis bebes de cinco sorprendieron a todos con su musical de Hi5 y los de primer grado impactaron con su mix de merengue y sus bailes. Hasta el momento el colegio era un solo de aplausos, llantos y orgullo maternal al mango.

 Cuando fue turno de segundo grado toda la alegría de los padres se fue al carajo. Se ubicaron los niños adelante, las niñas atrás y los primeros se agacharon mientras las mujeres estaban dando la espalda. A medida que sonaba la música los hombres se paraban haciendo un movimiento de olas con las manos y las niñas iban volteando. Se sabían la coreografía a la perfección. Todos saltaban, hacían mímicas y sonreían con una inocencia única en sus rostros; Pero, de repente empecé a notar rostros de decepción y enojo en la cara de los asistentes y las profesoras, y me pregunté qué podía ser. La directora se puso roja de cólera y prácticamente me arrastró a un salón y me gritó: ¡¿"Cómo mierda les vas a hacer bailar una canción de homosexuales?!" Yo no tenía ni la menor idea de que "Todos me miran" de Gloria Trevi se había convertido en un himno gay. Los padres me odiaron y me odiarán de por vida.

Ahora mis ex alumnos son los de KAZAKY XD!


jueves, 25 de abril de 2013

Una madre cansada pega menos fuerte

 Como todos saben, se acerca el segundo domingo de mayo, y ya todas las tiendas, empresas, marcas y etc. nos empiezan a hostigar con la publicidad por este día. Todos nos garantizan que, con sus productos, nuestras madres serán las más bellas, las más felices y las únicas "reinas" en su día especial. Pero hay algo que desde siempre me ha llamado la atención, y es precisamente los productos que ofrecen y todo el chongo que se arma previo al día de la madre.

 No sé a quién se le ocurrió alguna vez, en la antigua Grecia quizá, que una madre de familia es sinónimo de "empleada del hogar". Las ofertas en electrodomésticos, menaje, ropa de cama y demás en este rubro abundan, por no decir que son más del 80% de las sugerencias de regalo para mamá. Esto me hace pensar que si yo le regalo a mi madre un juego de ollas simplemente le estoy diciendo: "Toma, para que sigas esclavizada cocinando". Más o menos así. En cambio, qué bonito sería llevar a mamá a escoger algo que le guste realmente, algo que ella quiera. La mía, por ejemplo, sé perfectamente que se escogería un buen par de zapatos, no unos cubiertos facusa ni un mantel.


 Sonsera aparte es lo de los colegios. Como sabrán muchos, yo fui profesora de inicial por un período bastante corto donde pude ganarme con mil cosas. Aquí viene un tema del cual me quiero apartar totalmente cuando sea madre: Las actuaciones. Todos los años escuchaba la misma queja de boca de mi madre y era la siguiente: "¿Para qué voy a ir si tú ni bailar sabes?" - Ok, eso era bastante chocante a nivel psicológico, pero ya lo superé- Y, en parte, tenía razón. Esas actuaciones solo eran una gastadera de dinero y tiempo, porque al menos mi mamá SI tenía cosas que hacer. Recuerdo que la directora del nido donde yo enseñaba prácticamente me obligó a cobrar más de treinta y cinco soles por el alquiler del vestuario para la actuación de los niños que iban disfrazados y, en el caso de los demás, tuvimos que obligar a los padres a comprar tal polito o tal pantalón para que todos salgan igualitos. Encima todos actuaron mal, y mejor ni decir lo mucho que los padres de segundo grado terminaron odiándome, eso fue roche aparte. Peor aún, ni hablar de los "regalos" que nos hacían pintar y decorar, ah no, eso era por lo menos unos quince soles más. Ese año recuerdo que mis alumnos de 5 años les dieron a sus mamás unos cuadros de madera que lo único que tenían de bueno era que estaban pintados por sus manitos y su amor eterno e inolvidable. Una metida de rata infinita y profunda.

 Ahora no sé si las cosas habrán cambiado, la verdad que hace muchísimos años que no asisto a las actuaciones ni de mis hermanitos (hermanotes ahora), pero supongo que mientras ustedes como madres y padres sigan permitiendo que en el colegio les metan la rata, siempre tendrán actuaciones mediocres y regalos horribles por parte de sus hijos. Ok, no seamos tan basuras, digamos que SI te enorgullece que tu retoño esté delante de cincuenta personas semi calato y haciendo el ridículo. Ok. Y si tú, que me estás leyendo, eres madre y no quieres seguir recibiendo frigideres ni microondas ni juegos de sala, dile a tu marido que te compre ropa y te regale una exfoliación de cacharro o unos zapatos. No pierdes nada.

JAJAJA

jueves, 18 de abril de 2013

Top 20: La vejez

 Este es un pequeño recuendo de "las veinte cosas que me hacen sentir vieja". Yo, nacida en el primer día del segundo semestre del año 1990 me considero ya una chibola del ayer, ante tanta nueva cosa, tanta nueva música y demás. Disfruten, búrlense y siéntanse viejos como yo. Kleenex a la mano, let's go. 

Me hace(n) sentir vieja...
  1. Los niños del '95, porque ya tienen DNI y están trabajando, y yo los veo como unos bebés .
  2. Mis hermanitos menores, que ya me pasaron en tamaño y mi hermanita cumple quince la próxima semana. 
  3. Los hermanitos de mis amigos que ya beben y fuman.
  4. Jake de "Two and a half men" que está grandote.
  5. Cuando me pongo mis tabas y mis polos y mi mamá me dice que "ya no estoy para esas cosas".
  6. Harry Potter.
  7. Que la mayoría de personas de mi generación tiene hijos -¿o tal vez solo las de mi colegio?
  8. Que yo solo conocí hasta la barbie aeromoza. Ahora hay hasta barbie travesti robot con puerto USB, con wifi y bluetooth.
  9. Que ya nadie juegue "mundo", "San Miguel", "kiwi", "7 pecados" o canicas. Ahora todos juegan League Of Legends.
  10. Antes me decían que parecía de catorce. Hace un rato me dijeron que parezco de veintitres. TENGO veintitres, idiota.
  11. Ver la foto de mi DNI y ver a alguien completamente distinto.
  12. Una de mis canciones favoritas de los ochentas, "Summer of 69". Se lanzó en el 84, la escuché  por primera vez en el 99 y siempre deseé un verano como aquel. 
  13. Que hayan pasado siete años desde que terminó mi serie favorita de todos los tiempos: That '70s show.
  14. Que el "nuevo milenio" fue hace ya trece años, cuando yo tenía diez y lloraba en el balcón pensando "tengo diez años, ¿por qué me voy a morir tan chiquita?"
  15. Darme cuenta de que cuando vi Dragon Ball por primera vez tenía cinco años. Han pasado dieciocho y todavía se me pone la piel de gallina escuchando sus canciones y esperando el estreno de "la batalla de los dioses". 
  16. Los escolares que me dan asiento en el Metropolitano.
  17. Ser madrina.
  18. Que Eddie Vedder vaya a cumplir 50 el próximo año. Cuando lo vi en MTV era tan bonito y joven... Ahhh... los noventas.
  19. Rod Stewart.
  20. Los niños de ahora, que frontean, bailotean, perrean y sudan. Yo vi los teletubbies hasta los diez.

miércoles, 10 de abril de 2013

El tallarín con pollo

 Cuando era chiquita y vivía en Lince, solía quedarme sola en mi casa por horas, leyendo, viendo tele o simplemente jugando. Me gustaba darle de comer a mis periquitos y lanzar piedritas a la ventana de Dessireé, mi amiga. De vez en cuando asomaba mi pequeña cabeza por la ventana para mirar cómo jugaban los otros niños, y recuerdo que deseaba la muerte de todos ellos. Cuántos recuerdos -y cuánta ironía, ahora son mis amigos- Me distraía bastante, recuerdo, pese a haber sido una pequeña tan solitaria.

 Una de esas mañanas enteras que pasé sola en casa, me tocaron el timbre. Emocionada, fui al intercomunicador viejo y me empiné para contestar. Una voz aguardentosa me dijo -qué me dijo, me vociferó- que cambiaba pollitos por botellas. Le pedí al señor que no se vaya, que ya iba y corriendo busqué debajo de las mesas. Encontré tres botellas de pilsen y sin pensarlo dos veces le abrí la puerta a un señor completamente desconocido, que bien pudo haber sido un violador/asesino. Recordé demasiado tarde las recomendaciones de todos y entré en pánico. Me puse en modo "mi pobre angelito" y con lágrimas en los ojos levanté la botella, soñando con rompérsela en la cabeza al primer intento de asesinato. Sin embargo, un señor con cara amigable se presentó ante mí y me preguntó si tenía la botella y le dije que si, y -obviamente- la bajé de la posición de ataque y se la entregué. Él me entregó una cajita y se fue. Cerré la puerta feliz de no haber muerto y al destapar la caja me encontré con una pelotita amarilla, esponjosita y muy chillona. Esa motita adorable era mi pollito. Lo llamé Angelito.

 Con Angelito pasé buenos momentos. Lo tenía en una cajita y le daba de comer maiz pequeñito que mi mami traía no sé de dónde. Todos lo adoraban, hasta mi padrastro que parecía no amar a nadie demostraba cariño por él. Todos se preocupaban por su comida, le acondicionaron una especie de refugio y él vivía tranquilo. Yo era feliz viéndolo crecer, jugando con él a los picotazos, etc. Llegaba del colegio y me iba de frente a verlo. Creció hasta convertirse en un pollo gigante (nunca pude saber si fue gallo o gallina) pero seguía siendo tierno y engreído conmigo. Pensaba que él era mi mejor amigo y que nunca dejaría que le pase algo malo. Pero -Y siempre hay un pero-  nuestra felicidad como pollo-amigos no duraría mucho.

 Un buen día llegué del colegio, dejé mis cosas en su lugar habitual y corrí a ver a mi polluelo amigo. No lo encontré y pensé "debe estar por ahí escondido". Así que entré a casa y saludé a mi mamá. Ella estaba nerviosa y me dijo que me lave las manos para almorzar. Pregunté por Angelito y Charles, el hijo de mi padrastro, se empezó a cagar de risa con todas sus fuerzas, seguido de su hermano Anthony y mi propio padrastro. Todos se reían menos mi mamá. Volví a preguntar por mi pollo y Charles levantó su pierna, la mordió y dijo: "qué rico está el tallarín con pollo".

Siempre te recordaré así de tierno, Angelito

viernes, 5 de abril de 2013

La tienda de mascotas

 Hoy me topé con una noticia que me alegró el alma. Cerraron el Jr. Ayacucho, en el centro de Lima, donde vendían animales, el que está justo a la vuelta de RENIEC, paralela a Abancay. Para nadie es un secreto el tema del tráfico de animales que reina ahí, o las pésimas condiciones en las que mantienen a animales que de nada tienen la culpa más que de haber caído en manos de esa gente inescrupulosa. Hace un par de horas, al leer esta noticia recordé algo que me gustaría compartir con ustedes. 

 Yo solía tener periquitos en mi casa, desde que tengo memoria recuerdo a mi padrastro colgando jaulitas, enseñándome que el alpiste es para el periquito y NO PARA MI, y que el agüita hay que cambiarla -de preferencia- dos veces al día y etc. Siempre cuidaba a mis mascotitas y me empeñaba por taparlos de noche, destaparlos de día y recordarle a mi mamá que había que comprarles comida cada vez que ella iba al mercado.

 Siempre que mi padrastro cogía la jaula para algo, yo brincaba de alegría porque eso significaba que lo acompañaría al centro, donde adquiríamos nuevas cosas como juguetitos, bloques de arcilla, palitos de alpiste y demás huevaditas que ayudaban al ave a tener el piquito más fuerte, etc. Recuerdo que nos atendía siempre el mismo señor gordo y barbón, que sacaba mi mascota de la cajita, la agarraba fuerte y le echaba un spray debajo de las alas, que servía para matar los pequeños ácaros que suelen tener las aves. Yo correteaba por todo el local, mirando los animales que se exponían como se expone un yogurt en Metro. Supongo que era muy chiquita para entender toda la maldad que ahí se escondía. 

 Mientras el señor barbón desparasitaba a mi ave, yo hacía mi recorrido por todo el local, donde encontraba perros, gatos, agapornis (Si no sabes qué es un agaporni, haz click aqui), palomas, cocatiles, periquitos, gorriones pecho rojo, canarios normales y canarios cantores, conejos grandes, conejos enanos, hámsters rusos, pequeñitos y grandes, peces: Nemo, Dory, Marlin, tortugas ninjas y tortujas charapas. Había de todo. Yo iba puesto por puesto, y agarraba de lorna al primero que veía, y lo tenía harto preguntándole cómo se llamaba tal o cual animal (por eso sé tantos nombres de tantos animales) y si me portaba bien y mi guía turístico de turno era amable, podía tener un conejito o un hámster pequeñito en mis manos y acariciarlo por unos segundos, hasta que me lo quitaba y volvía a ponerlo en la jaula. 

 Mis visitas al Jr. Ayacucho eran más o menos frecuentes. A medida que fui creciendo fui yo sola viendo por el bienestar de mis periquitos, entonces era yo quien los atendía, ya no iba con mi padrastro porque yo conocía el lugar a la perfección. Sabía que tenía que salir al Hospital del Empleado, tomar un carro hacia Abancay y bajarme en la antigua biblioteca para caminar un par de cuadras y listo. La tercera vez que caí en ese lugar repugnante yo tenía catorce años y un lorito nuevo, que me había encontrado en la calle a la salida del colegio. Como no sabía dónde más llevarlo, recurrí una vez más al centro de Lima, y busqué a quien recordaba como "el señor que curaba a mis periquitos". Entré con el ave en mis manos y en menos de cinco pasos tenía a un aproximado de siete personas ofreciéndome dinero por él. "Deben estar bromeando" me decía en mi mente mientras me negaba de todas las formas posibles y seguía caminando en busca del gordo ese. Cuando llegué a su puesto, no vi a nadie así que entré. A primera impresión, las aves eran como cualquier ave infeliz pero saludable en jaulas amplias y con el tazón lleno de comida. Hasta que seguí avanzando al ver que no había nadie en la tienda. Entré a una especie de depósito y lo que vieron mis ojos quedará por siempre alimentando mi odio hacia ese hombre: Había una jaula asquerosa, sucia y vieja medio tapada con una frazada que dejaba entrever plumas y deshechos propios de un animalito. Decidí destapar esa jaula para ver qué tipos de loros habían y solo vi piwichos muertos, uno encima de otro. 

 Salí asustada del lugar, pegué mi lorito al pecho y lloré sentada afuera de RENIEC. Un chico de unos veinticinco años aproximadamente me había seguido. Se sentó a mi lado y me dio una bolsita de semillas de girasol (alimento preferido de los loros... y mío... en esas épocas) y me dijo que él también había visto eso. Nos quedamos conversando un buen rato, me acompañó a tomar mi carro y adiós.