sábado, 10 de agosto de 2013

Mi escape a Ica - Parte I

 Me escapé. Le hice caso al doctor Andy V y huí de todo. Pedí vacaciones, Maribel se unió a mí, nos abrazamos, lloramos, y el lunes a las 7 de la mañana estábamos en la avenida México con nuestros maletines rosados, comprando pasajes y subiendo a un bus que nos alejaría de la gris Lima y toda su tristeza. Al menos nos alejaría cuatro horas fuera de ella. Algo es algo.

 No teníamos planeado mucho, sólo escapar un poco y ver qué podíamos hacer. Le pedimos consejo a Víctor y Pablito, amigos que habían estado allá hacia poco más de una semana, y a Luis, que vivió allá mucho tiempo; fueron buena onda, nos recomendaron tours y lugares. La verdad es que, para mí, era la primera vez que hacía algo parecido. Nunca me había sentido tan presionada en este lugar; nunca había sentido que TENÍA que irme. Pero de eso no vine a contarles.

 Nos dijeron que serían cuatro horas y media de camino. Llevé una vez más "La palabra del mudo" de Julio Ramón Ribeyro, mi fiel acompañante a cuanto viaje largo realizara en la vida. Nos acomodamos, el bus era una carcacha (ni más viajamos en Soyuz). Primer error, eso está claro. Apenas y comimos galletas animalitos, leímos un poco, dormimos otro poco, pasamos por las playas preciosas del sur, conversamos, y en menos de lo que pudimos darnos cuenta, estábamos en la calurosa Ica. Bajamos del bus, sacamos nuestras cosas y caminamos por la avenida "La Municipalidad", donde nos habían dicho que se encontraba una agencia de tours y esas cosas. Encontramos a la señora indicada, conversamos un poco y fuimos a buscar hospedaje. La verdad que no fue muy difícil encontrar uno, eso es lo bueno de que todo esté prácticamente junto: la plaza, los negocios, los hospedajes, todo junto. Caminamos un poco, entramos a un par de lugares que nos parecieron decentes y nos quedamos en uno que al menos tenía agua caliente y ventana a la calle. Segundo error.

 Nos instalamos en el hotel, no era muy lindo el cuarto pero como dicen: "a nada", para lo que íbamos a permanecer dentro, el precio era justo. Lo clásico, sacamos la ropa, colgamos las toallas, escogimos las camas y yo grité "LA MÍA ES LA DE LA VENTANA, ¡WOO HOOO!" (yo por pendeja me pelé, de ahí les cuento) y descansamos un ratito, ya que teníamos que ir a almorzar y luego a nuestro primer tour que eran los tubulares en las dunas. La típica, fotito por aquí, publicaciones en el facebook por allá, y nos lanzamos a la calle a buscar un digno almuerzo. La verdad no fue difícil conseguir un restaurante barato y cerca, porque, como dije, todo estaba jodidamente junto, teníamos todo cerquísima. Comimos, hablamos, nos maltrató la mesera y nos reímos bastante. A la salida volvimos al hotel para sacar unas cosas y estar así a las 4 en punto en la agencia del tour, donde esperamos a que viniera la movilidad y nos llevara a las soñadas dunas y la laguna de la huacachina.

 Dieron las cuatro, fuimos a la agencia y esperamos tranquilas nuestra movilidad. Me pareció rarazo que la chica parara un taxi y nos dijera que el taxista nos iba a llevar, en lugar de las clásicas vans o carros más grandes con más pasajeros (yo pensaba que era una metida de rata y nos terminaría violando por ahí, me asusté). Esperamos un buen rato por una persona que faltaba, estábamos renegando porque ya era tarde, hasta que por fin subió la demorona pasajera y pudimos partir. Llegamos a las dunas y al toque pasamos del taxi al tubular, la pasajera delantera resultó ser buenísima onda, Verónica se llama, ecuatoriana que vino de vacaciones; una persona muy chévere. Conversamos un poco, nos acomodamos en estos carritos y empezamos una aventura que no olvidaré jamás.

 Una vez arriba, mientras el carrito nos llevaba por aquí y por allá, gritamos, levantamos los brazos, en mi caso me golpeé muchas veces y me puse a llorar en silencio porque tenía un moretón que me dolía y me volví a golpear en el mismo sitio (pa' cojuda y malasuerte, pásenme la voz). La adrenalina me quedó chiquita, era como estar viviendo los últimos segundos de mi vida, sobretodo cuando se me desabrochó el cinturón y el tubular se metió un salto desde las alturas y yo pensé que saldría disparada y moriría en la Huacachina. Gritamos, nos revolcamos en la arena (bueno, solo yo hice semejante salvajada) terminé con arena en las orejas, el cabello y demás, nos lanzamos con las tablas y fuimos extremadamente felices. Aún tengo arena, y eso que ya me bañé como siete veces desde que volví.

 Mientras subía con mi tabla para volver a lanzarme, sentí una fuerte presión en el pecho, algo parecido a lo que siento con un ataque de asma y me traumé. Me senté en mi tablita en lo alto de la duna a esperar que se me pase y me di con la sorpresa de que no podía respirar ni hablar. Me eché, jugué un poco con la arena, me hice la cojuda (lo último que quería era hacer un show asmático en las dunas) y se me pasó. Luego comprendí que no era un ataque de asma, era un ataque de esos extraños que estuve teniendo toda la semana, era angustia. Miré al cielo, luego miré para abajo y veía puntitos de colores y unos bracitos agitándose; era Maribel llamándome, gritándome que me lance, que me lance. No hice caso, seguía en las alturas contemplando todo y pensando en todas las cosas que me habían llevado a ese lugar. El sol se iba a poner en cualquier segundo, decidí aprovecharlo y simplemente ser feliz.

 Cuando me encontré en paz "nivel 100", decidí lanzarme nuevamente por las dunas. Ya no sentía dolor en el pecho, ni nada de eso, sólo sentía mucha paz y relajo. Me lancé, nuevamente escalé la duna y nuevamente me cansé, esta vez sí de pura asmática y el chofer nos preguntó si queríamos ver cómo se ocultaba el sol, corrimos, nos subimos al tubular y nos volvió a llevar entre subidas y bajadas adrenalínicas hacia una parte más alta donde se veía el mundo más pequeño y el sol más grande. Más fotos por aquí, más fotos por allá, poco a poco el sol nos decía adiós y tras su despedida un frío maldito nos saludaba (vientos "paraqueños", les dijo Maribel). Era hora de bajar y comer un poco tal vez, o simplemente bañarnos y quitarnos la arena del cuerpo.

 Al bajar el tubular hizo una que otra pirueta nuevamente, yo ya no tenía fuerzas ni para gritar. Sentía que al bajar toda la magia terminaría y quise volver al día siguiente, pero no podía hacerle algo así a Maribel, que quería ir a ballestas y al "city tour", así que sólo suspiré, miré arriba y prometí que volvería. Ya cuando estuvimos definitivamente abajo, un amable guía nos llevó a la laguna de la Huacachina, así, a oscuras y nos contó la historia de la princesa, la sirena que llora y todas esas cosas en las que casi-casi yo no creo. Decidí ver la laguna más de cerca, la tuve a mis pies en completa oscuridad. Otra vez el dolorcito en el pecho, otra vez hacerme la cojuda para no hacer roche. Otra vez el darme cuenta de que no era enfermedad, era lo otro. Me paré y me fui a seguir a mis compañeros de tour, y a Maribel y Verito, que me esperaban arriba.

 Volvimos al carrito que nos llevaría de regreso al hotel, mientras todos comentaban lo chévere que la habían pasado y compartían sus fotos. A Maribel y a mí nos tocó la parte dura al despedir a Verito, cuando la dejamos en su hotel. Promesas de ir a Ecuador por aquí, promesas de volver a Perú por allá. Sólo espero que le haya ido bien en su vuelo, ya ahorita debe estar por llegar a casa. Como moríamos de hambre, al bajar buscamos desesperadas algún lugar donde llenar la panza, y, como somos bien creativas, entramos a Rocky's (si, más monses...) y nos pedimos una negrita (llámese chela, helena, promoción, agua, etc. pero malta) y comimos grasa. Con el estómago contento y el corazón todavía saltando por los tubulares, caminamos por esa plaza abarrotada de gente, bajo las luces tenues de la ciudad que no descansa. Una, dos, tres cuadras y llegamos al hotel. Nos turnamos para entrar a la ducha, de mi cabello no dejaba de caer arena. Se bañó Mari y lo mismo, estábamos -literalmente- enterradas. Cansadas a más no poder, sin ánimos ni para salir a buscar alcohol y fiestas. "Mañana toneamos" dijimos, y nos echamos a ver Yo Soy y a pasar las fotos.

 Esto es lo que pasó en nuestro primer día de escape, ya mañana o pasado les cuento qué sigue. Sólo les adelantaré que cuando dije que me pelé por pendeja al elegir la cama que estaba pegada a la ventana, fue porque la calle donde inocentemente nos habíamos hospedado era una calle roja (léase: calle de putas), y toda la madrugada escuchaba cosas como "ya pe, veinte... veinte y entramos acá" / "Le dije que no, esa "#%$%&%!$#, muy carera" / "Hola guapo, ¿cómo es?" y demás cosas raras que me mantuvieron toda la noche con los ojos así: O_O

 Preciosa Ica, pronto la segunda parte de mi aventura.

Y se murió XD - Paz, mucha paaz :)