miércoles, 16 de enero de 2013

Fragilidad

 Hoy viajaba un poco tarde en el metropolitano rumbo al trabajo, parada y aplastada para variar, viendo a toda la gente sudar como cerdos y pensando que la vida dentro de ese medio de transporte no valía nada. Me pegué por el lado donde entran las sillas de ruedas y me quedé ahí, escuchando mi música y de vez en cuando mirando a la gente aplastada cuando la vi: Era blanca como la leche, preciosa y con una bebé igual o más hermosa que ella entre sus brazos. La niña tenía unas converse rojas y un vestido de flores, y tenía el cabello oscuro, precioso. Se chupaba el dedo mientras miraba asustada a su alrededor. Su madre tenía un tatuaje en la muñeca que decía Fragilidad en letras corridas y el dibujo de un corazón. La niña me miró y me sonrió, yo le sonreí y la mamá igual. Y así nos quedamos la niña y yo, mirándonos por largo rato.

 Me puse a pensar en la tranquilidad que la mirada de esta niñita me producía, de pronto ya no renegaba por estar aplastada/punteada en el metropolitano. De pronto me sentía bien, en paz. Extendí mi mano hacia sus pequeños dedos y ella me sostuvo fuerte mientras me miraba fijamente. Se puso a jugar con mis dedos y mis pulseras, y yo me reía de sus ocurrencias. Parecía la niña más tranquila de todo el mundo, sinceramente pensé que la única niña tan dulce y pacífica era la hija de mi amiga Elena, que no se inmuta ni siquiera para llorar, pero esta blanca bebé se llevó el premio. Me imaginé por unos segundos a mí misma con una hija, y me cagué de risa porque pensé que de hecho la mía sería un loco calato jodiendo a todos en el carro y tratando de huir por la ventana de emergencia. Sin mencionar el hecho de que jamás la vestiría con vestiditos de flores.

 Me hubiera encantado quedarme con ella jugando, pero ya había llegado a Colmena. Ya me tenía que bajar.