El Martes me regresé del trabajo temprano porque me sentía muy mal. Fui a mi casa, tomé mis medicinas y me dormí. Lamentablemente tuve que levantarme a la media hora porque recordé que debía ir al banco a ver el tema de mi deuda, y renegando con mi vida me paré y me fui. Ya saben cómo es eso del banco: las colas, la gente, el calor y la cólera por tener que ir a pagar. En fin.
A la salida del banco me puse a caminar rumbo a Cibertec, medio enojada y con ese sentimiento de que en el banco me meten la rata cada mes, cuando al cruzar la pista me interceptó una chica de poco menos que mi edad, con una cara de preocupación de esas que parece que no le viene la regla y solo tiene catorce años, así de preocupada. Me dijo que por favor la escuchara, y me detuve en la esquina a hacerlo. Me contó que había tenido un día de diversión en la playa, con sus amigos y amigas, pero que estas mierdas de la vida le habían jugado una broma pesada, escondiendo su billetera sabe Dios dónde, y que encima, la habían dejado abandonada, solo con su mochila, su toalla y su ropa. Subió a pie desde la bajada de armendáriz y solo buscaba a alguien que le prestara dos soles para regresarse a su casa, que no entendí si era Surco o San Isidro.
Al principio, y con el reciente susto que había tenido un día anterior con el robo de mi celular, vacilé un poco y le hice una que otra pregunta solo para cerciorarme de la legitimidad de sus palabras. Ella se mostró asustada, perdida, y en sus ojos azules me pude ver a mí misma en esa situación, y creo que a nadie le gustaría tener amigos tan basuras y encima ser tan engreída e hijita de papi como se le notaba que era ella, como para no saber cómo regresar a su casa desde Miraflores. Por último, ni sabía dónde estaba, no se guiaba para nada.
La tranquilicé, le dije que le daría poco más de dos soles, para que llame a su casa y cuente lo sucedido, y a ella le pareció una gran idea. Caminamos un poco más, conseguimos un teléfono público y ella explicó a la persona que estaba al otro lado de la línea lo mal que se sentía y la situación en la que se encontraba, y yo solo la miraba mientras ella hablaba y un gesto de "voy a ponerme a llorar" tomaba forma en su cara. Y lo hizo. Lloró en el teléfono, y pidió que alguien le pagara el taxi de regreso. Colgó y me dio las gracias, me contó que le había contestado su hermana mayor y que la habían puteado. Otra vez me recordó a mí misma, cuando volví de viaje de Huancayo, con el labio roto, sin DNI, sin tarjetas, sin plata y encima sola, sintiéndome un pedazo de caca de perro en el universo, y mi hermana en lugar de abrazarme y hacerme sentir bien, me reclamó con cosas como "¿Ya vez? ¡Para eso te vas!" y junto con mi mamá me gritaron y me hicieron cargamontón, como si yo hubiera tenido la culpa de mi suerte. La abracé fuerte, le dije que se sintiera mejor y la embarqué en un taxi más o menos con pinta confiable.
Crucé la pista, entré a Cibertec y sentada en la ventana que da a la calle, pensé en tantas personas que en la calle se hacen pasar por desesperados, tristes, o cualquier otra cosa solo para poder robarte o engañarte, y, al mismo tiempo, personas como esta chica de ojos bonitos, que solo son víctimas de las circunstancias, y ahora me digo a mí misma, si el Lunes dije que no confiaría nunca más en nadie, me equivoqué, porque al día siguiente ya la vida me estaba poniendo a esta chiquilla en el camino, para darme cuenta de que no todos son iguales, y la gente buena también -y todavía- existe.