jueves, 7 de febrero de 2013

Lo que el choro se llevó

 Siempre he sido una persona muy confiada, a pesar de los consejos tan simples de la gente como "No tengas tu celular a la vista", "Cierra bien la ventana", "No camines por ahí tan tarde" yo nunca hice caso, porque siempre me he considerado una persona con suerte, jamás me ha pasado nada. Me consideraba inmortal, un ninja, un pokemon salvaje a quien nada ni nadie podía siquiera amedrentar. Pero me equivoqué. Soy un simple mortal asustadizo que todavía confía en el prójimo, que todavía piensa que todos tienen la misma fe que uno, que nadie me hará daño. 

 Recuerdo que mi primer celular en perderse fue en el concierto de los RHCP, cuando a la salida del estadio la gente estaba tan pegada que cuando quise llamar ya no lo encontré en el bolsillo de mi camisa. Luego, en el concierto de los Rock and Roll All Stars, se lo di a un amigo para que lo guarde en su bolsillo pensando que éste sería más seguro, y el muy huevón me lo perdió (me debes un celular). Después en la oficina, pagando utilidades, dejé el celular en un lugar muy visible, y entre idas y venidas, sacar copia por aquí, hacer firmar por allá, a la hora que quise irme, bye bye celular. No estaba por ningún lado, y ya lo habían apagado. También me robaron en el cine, en la colaza para ver "La era del hielo" cuando me senté en la butaca y quise ver la hora. En Huancayo tuve menos suerte, porque regresé a Lima sola, sin celular, sin documentos, sin plata y con el labio roto, pero de eso no quiero hablar porque me traumo y nadie quiere leerme traumada (vamos, siempre escribo traumada) en fin.

 El Lunes tomé mi micro en tacna, me dirigía a Cibertec muy feliz pensando en ver a los pastrulos de mis compañeros y a mi profe Jorgito. Había estado con el castor en uno de estos bares del centro de Lima donde la vida es más o menos lo más cercano a la perfección, y donde nos habíamos puesto de por sí ya bastante felices. Estaba por la avenida Arequipa, pasando Risso y conversando por el whatsapp con todo el mundo, cuando la ventana se abrió, y solo sentí que me arranchaban algo. Tardé varios segundos en darme cuenta de que no tenía el celular, y que tenía los audífonos colgando de la oreja, mas un fuerte dolor en el cuello. Mi reacción fue en ese momento lanzar insultos por doquier, para luego ponerme muy nerviosa. Un señor que estaba sentado me prestó su celular para llamar a quien quisiera, pero no podía recordar el número de absolutamente nadie. Pasamos el puente y me bajé en San Isidro, tomé un taxi y me puse a llorar con el taxista, contándole un poco más mi vida entera. Se cruzaron muchos sentimientos y cosas malas en mi mente, yo no dejaba de llorar.

 Obviamente no fui a clase, llegué a mi casa y solo pude seguir llorando. Entré al Facebook para comunicarme con mis amigos de Mate, Pecho o Mija, y encontré al segundo. Le conté todo, avisé a todos, y apagué la laptop. A la media hora llegaron mi hermana y mi cuñado, y yo seguía mal. Y fue ahí cuando me puse a pensar bien en todo, y ahora sí, no confiaré en nada ni nadie ¡Nunca más!. Tendré más cuidado por donde vaya, a la hora que vaya y con quien vaya. Es la segunda vez que me trauman así, no quiero más. Y si tú, que me estás leyendo, eres ratero o amigo/pariente cercano de gringasho, solo espero que alguien te atrape y te corte un testículo.