Se me van las vacaciones, se me acaban. Increíble pero cierto: han sido las mejores vacaciones de la vida. Las noches en el malecón con amigos, amigas. Las noches de películas al aire libre, las conversaciones en el parque. La playa y las piedras, la arena. El sol yéndose, el sol llegando un par de días. Las canciones nuevas, las bandas, las chelitas, los puchos y las conversaciones infinitas. Las lágrimas de felicidad al reconocer, en los ojos de alguien más, la amistad y la alegría a pesar de la tristeza. Todo eso no se termina, pero se termina el tiempo.
Los fines de semana se me hicieron más cercanos, uno a uno, llegaban cada vez más rápido. Mis días se fueron como chispas. ¿Que el tiempo vuela? Sí que lo hace. Desde hace muchos sábados, la tranquilidad me inunda y la soledad de casa me es amigable. Adoro estos momentos: cocinar para mí, limpiar sin que me digan nada y escuchar el mismo disco, todos los sábados del mundo. Pronto entraré a clases y saldré menos entre semana, pero de algo estoy segura: Mis sábados seguirán siendo perfectos y en soledad. Seguirán siendo míos hasta que llegue alguien o algo que intente desordenar lo que me ha costado un poco volver a ordenar: mi vida a solas.