jueves, 28 de noviembre de 2013

Cuidado a quién pisas...

 Yo tengo un pata que antes trabajaba en una de las áreas de la empresa donde yo estoy. Éste chico es un buen amigo mío y siempre lo fue desde que nos conocimos; siempre hablábamos de la vida y a veces, en ratos libres, nos íbamos a comer o beber algo. Mi pataza del alma. Sucede que él, mientras estaba aquí, tenía un jefe que era muy déspota y casi nunca buena persona con sus subordinados; era, pues, un jefe muy amargado y pedante.

 En una de las tantas conversaciones que tuve con este amigo anónimo (me pidió que no revele su nombre, ya que ahora es un importante businessman/ hombre importante/ padre de diez hijos y futuro presidente de la República) él se sentía muy abatido y estresado, pues me contaba que su jefe no le daba permiso para sus exámenes finales. Era casi fin de año y a mi amigo sólo le faltaba pasar un curso de su titulación y el jefe éste no le dejaba salir, y hasta le hizo trabajar de amanecida sólo por joder, alegando que el cierre de año era así. Por pasarse casi dos semanas en ese plan, pidiendo permiso, trabajando horas extras, durmiendo poco y comiendo casi nada, le pasó lo que yo no pensé que pasaría: aprobó. El condenado aprobó y me acuerdo que nos fuimos a tonear con unos amigos más, celebrando que todo su esfuerzo había dado frutos.

 En un arranque de egoísmo absurdo deseé que nunca se fuera, pero sabía que a partir de ahora lo único que le preocupaba a mi amigo era encontrar trabajo. Le ayudé con su CV porque el muy mamapancho no era muy creativo que digamos. Le acompañé a comprar un terno bonito y, cuando le vi vestido como hombre decente, parecía de más edad. Estaba guapo y sonriente el condenado. Almorzamos en un chifa cercano a la oficina y, mientras mordía su wantán frito, me decía que un amigo de la universidad había encontrado un trabajo pero que no pensaba tomarlo porque quedaba muy lejos de su casa. Afortunadamente, quedaba muy cerca a la casa de mi amigo y él no dejó pasar la oportunidad. Nos tomamos una guaraná para celebrar.

 El día que tenía la entrevista, el jefe no le dio permiso para salir. Tuve que hacerle el favor de llamar y cancelarle a la señorita de RRHH, pero, como siempre todo sale bien para las personas buenas, le dieron una oportunidad a mi amigo para ir un sábado, día que no había trabajo. Ese viernes no dormimos, conversando por Facebook; entre tonterías y tonterías, yo sólo quería que todo salga de la mejor manera.

 Llegó el día de la entrevista. Salió y me contó todos los pormenores. Se le oía muy entusiasmado. Pasó el fin de semana y, ya el lunes, le volvieron a llamar para darle el puesto inmediatamente. Renunció y su jefe le rompió la carta en la cara, mientras le decía que era una falta de respeto y más cosas. No aceptó la renuncia y se cerró el maldito. Mi amigo pidió tiempo en la otra empresa y se lo dieron (tenía suerte el cojudo, en otro lado ya lo hubieran mandado por un tubo). Pasaron quince días y volvió a renunciar, pero esta vez el jefe tomó todo con mucha calma, y firmó la bendita carta. Entre agradecido y sorprendido, mi amiguito recogió sus beneficios sociales tres días después y empezó su nuevo trabajo.

 Pasaron los meses y su desempeño hizo que sea ascendido rápidamente, con proyectos nuevos y mejor salario. Por acá, las cosas siguieron iguales: El jefe seguía maltratando a los suyos, y entrar a su oficina era entrar al infierno. Eventualmente todos empezarían a perderle la paciencia y comenzarían los reclamos, pero nadie parecía escuchar; hasta que un buen día el jefe fue destituido de su puesto por un supuesto fraude, algo que no tuvo mucha repercusión a nivel de organización pues, seamos sinceros, tampoco es que este pata haya aportado mucho por acá. Es aquí donde realmente empieza la moraleja de mi post, sorry si les metí tanto floro.

 Estaba yo tranquila trabajando, hasta que hace un par de días me llega un mensaje de mi entrañable amigo. El asunto era "a que no sabes, chata pastrula" (me dice pastrula pero no soy, por si acaso, mamá). Resulta que el jefe había estado buscando trabajo y, en una de las tantas empresas por las que rebotó, cayó donde su ex subordinado, ahora convertido en gerente. Dice mi amigo que los ojos se le abrieron como plato cuando, al pasar al siguiente entrevistado, se encontró con él. ¿Y qué creen? Mi amigo tiene tan buen corazón que le dio la chamba y ahí están, juntos otra vez pero con los papeles invertidos.

 Él no quiere cometer los mismos errores de su ex jefe, por eso, me cuenta, que trata de ser lo más comprensible con sus trabajadores y trata siempre de ponerse en su lugar, algo que se valora muchísimo en estos días, pues no sólo basta con ser jefe, hay que ser un líder. La idea no es empujar a un equipo, es avanzar a su lado y todo el ejemplo de este mensaje lo poso en este amigo, que me demostró que nunca hay que tratar mal a nadie, porque no sabemos cuándo pagaremos por eso. A nivel laboral, personal, sentimental, etc. Cuidado a quién pisas, porque mañana pueden pisarte más fuerte.