lunes, 16 de septiembre de 2013

A 18 años de Gokú

 Hace dieciocho años que conozco a Gokú. En esas épocas vivía por la colonial e iba al nido, en el 95 y con 5 añitos de vida. Recuerdo vagamente que tenía una tele chiquita en el cuarto y que siempre me sentaba a jugar con mis muñecas, mientras mi padrastro veía Star Trek y me jodía haciéndome el saludo vulcano. Como por esos años era traviesa y jodida, un día me puse a apretar todos los botones, cambiando de canal y pasando por los distintos programas de la época hasta que lo vi: un personaje pequeñito, con peinado raro y un niño pelado con unos puntos en la frente. Seguro en ese momento por mi mente pasó un "Qué sedá eto... a ved" y lo siguiente que recuerdo es a mi padrastro cargándome y llevándome a la cocina mientras yo lloraba con todas mis fuerzas y gritaba "¡QUIERO VER MAAAAAAAAAS!" porque Dragon Ball acabó y empezó a dar otra cosa. 

 Dieciocho años han pasado desde ese día, como olvidar el año, si fue el único que viví en esa casa. Luego me mudé a Lince, ya para los seis años, casi siete. En el colegio donde empecé la primaria (no el Fanning, uno mixto) todos los niñitos tenían o la lonchera o la mochilita de Dragon Ball. Obviamente yo no tenía porque era mujer y nica mi mamá me iba a comprar algo así (es como si a tu hijo le compraras la mochila de las chicas superpoderosas o My Little Pony...) así que me las tenía que aguantar. De vez en cuando jugaba con los niños del salón que llevaban sus figuras de acción de Gokú y amigos, pero tuvieron que pasar casi quince años para poder comprarme un muñequito por mi cuenta, y por fin jugar como retrasada en el piso de mi cuarto.

 En Lince vivía con los tres hijos de mi padrastro, algo así como mis "hermanastros" pero en realidad era gente con la que no tenía ni siquiera un vínculo de amistad. Ellos tres y yo éramos contemporáneos, pero cómo nos odiábamos, casi a muerte. Yo tenía siete; uno, cinco; el otro, ocho y la otra once. Me daba risa porque a los niños les habían comprado los muñequitos de Vegeta, Gokú y su mancha, y me sacaban cachita cada vez que podían, porque no me dejaban jugar y yo por más que lloraba, no conseguía que me compren un juguete tan "varonil", así que un día lluvioso del 97, cuando ellos salieron con su mamá, cogí a Gokú, le pedí perdón (literalmente, le dije "perdóname Gokú por lo que te voy a hacer") y le arranqué la cabeza. Al llegar los niños quisieron jugar, me sacaron la lengua, buscaron a su Gokú y ¡oh, sorpresa! Lloraron todo el día y yo los observaba desde el rincón oscuro, acariciando el pelo de mi barbie. Sí, medio creepy la escena.

 Ya en el 98 por ahí, empezaron a transmitir Dragon Ball Z y yo no me perdía ningún capítulo. Lloré bastante cuando Spopovich le dio de alma a Videl; es más, me enteré que censuraron ese capítulo en España. Los critters siguieron jugando por mucho tiempo más a hacerse los sayayines, yo seguí mucho tiempo más soñando con el día en el que mi mamá me regale un muñeco de Gokú y poder así jugar por mi cuenta. Vi la saga de Cell y en el colegio me dedicaba a absorberles el cerebro a mis amigas, y las que no me entendían me miraban con cara de WTF. Creo que desde ahí empezaron a verme como un bicho raro, y nadie se quiso jamás juntar conmigo.

 Habían días en los que llegábamos del colegio toditos en mancha, prendíamos la tele y yo era capaz de pasar horas de horas sin hablar con los tres critters que me habían tocado de familia, sólo con la mirada prendida en el televisor. A veces terminaba el capítulo y entre ellos se ponían a jugar, escenificando lo que acabábamos de ver y yo sólo me iba a buscar a mi amiga del edificio, le quería contar mi experiencia DragonBallesca y jugar con ella, pero me choteaba y sacaba sus barbies. Me hubiera gustado tener con quién jugar a las peleitas, con quién jugar a hacer la fusión y a quién lanzarle un kame hame ha. Hubiera sido bacán.

 Ya para cuando yo tenía diez años, empezaron a pasar Dragon Ball GT, pero ya para eso no andaba muy pegada, porque al no tener con quién compartir mi amor por la serie, me alejé un poco. Me volví más sensible con las peleas y la sangre, mi mamá me empezó a prohibir que mire eso porque era "muy violento" y mi hermana me dijo que era satánico (en esa época surgió todo un alboroto con la gente religiosa y nosotros los niños que poco o nada teníamos que ver con su cerradera de mente) así que me perdí en los recuerdos de los primeros años de la infancia y continué mi vida, como la niña solitaria que siempre fui, esa que en el fondo anhelaba tener una esfera del dragón y unirse a los juegos de los niños. De esa parte de Dragon Ball no me acuerdo mucho.

 Y así, dieciocho años después de aquella primera vez viendo Dragon Ball, aún recuerdo cómo fue. Parte importante y decisiva de mi infancia la marcó esa serie que algunos como yo aman y otros odian. Aún me emociono cuando veo algo relacionado a Gokú y compañía, aún tengo mi póster pegado en la ventana y aún me hago la pichi mirando mi entrada para el estreno de la batalla de los dioses. Este miércoles 25 salgo de clase a las once y la pico al cine.

PD: Hay un amigo de hace muchos años que me llama PUAR. Sí, como el gatito azul. Nunca supe por qué, pero siempre me gustó ese apodo.