lunes, 10 de noviembre de 2014

Siempre

Se fue octubre, por fin. Se fue y se llevó muchas cosas lindas y otras muy feas, no quisiera recordarlas. Llegó noviembre y, cual chibolita amixer, le pedí que me sorprendiera y lo hizo. Empezó con una cachetada de realidad y continuó con una nueva... digamos... razón para sonreír. Es bonito volver a reírte de cualquier cosa cuando pasaste algunos días en las sombras. Es bonito volver a salir y ver días soleados o simplemente el mar. 

Escapé (adivinen a dónde...) sí, a Ica. Fue un fin de semana hermoso, empecé noviembre con el sol en la cara y con muchas cosas no tan claras pero feliz de todas formas. Esta vez no hubo correteo por Paracas ni llantos en la Huacachina, no. Todo fue felicidad y full chelas (jaja). La pasé increíble y, por segunda vez, hubiera deseado quedarme pero... la realidad es otra. Volví y mi 3 de noviembre fue el más horrible/hermoso del mundo. Aprendí algo valiosísimo a mi regreso y agradecí por ello después de una semana. Asimilar, aceptar, aprender, seguir, ser feliz. ¿Cómo no hacerlo? Hay millones de motivos, millones de colores.

 Necesitaba a alguien que me pusiera en mi lugar, que recoja el estropajo que era y me de una buena golpiza de realidad. Gracias. Les juro que, después del 3 de noviembre, soy otra persona. Solo necesité unos ojos gigantes que miraran de frente. Más que palabras, me encanta el lenguaje de los ojos.

 El tiempo libre después de trabajar, cuando ya no tienes clases ni qué leer ni qué estudiar, es valiosísimo. Volví a la pintura, volví al malecón de noche y volví a encontrar amigos que creí perdidos. Hace una semana pensé que me habían hecho mucho daño; hoy pienso que simplemente me empujaron a la felicidad.